martes, 1 de diciembre de 2009

¿Qué significa ser un barista?




Por: David Torres Bisetti

Profesionales del café a lo largo de un siglo

Hoy en día el término “barista” se escucha a menudo, y con mayor frecuencia en las cadenas de cafeterías de moda que decoran nuestra ciudad. En ellas, el encargado de preparar nuestro espresso, capuchino, frappuchino, etc., es generalmente un joven universitario que comparte, de esa manera, una ajustada agenda de clases, exámenes e ilegibles separatas con una actividad, noble en esencia, que tiene por lo menos un siglo de tradición: la correcta preparación del espresso, así como toda una batería de bebidas asociadas a él.

El término barista, al igual que la palabra espresso (con s, no x) proviene desde luego del italiano. Sin embargo, cualquier dizionario nos dirá que un barista es no más quien serve il pubblico in un bar. El término, en consecuencia, no establece ninguna diferencia entre un barista y un bartender y, a veces, algunos hasta reemplazan la barra por un cochecito de café al paso. De lo que no cabe, ni puede caber, duda alguna, es que ambos conceptos se encuentran íntimamente relacionados. Así, la relación que existe entre el barista y el espresso vendría a ser la misma, mutatis mutandis, que la del itamae con el sushi, o el cheff con el tiradito de lenguado.

No obstante, la labor de quien sirve café espresso se ha perfeccionado a medida que la tecnología al servicio de la extracción de dicha bebida ha evolucionado. Desde la máquina operada a presión de vapor, diseñada por Luiggi Bezzera a principios del siglo XX, hasta las cafeteras automáticas con controles de temperatura, presión y tiempos exactos, los principios que determinan la labor del barista han sufrido toda suerte de variaciones. Originalmente, se hablaba de las cuatro “M” como principios reguladores de dicha labor, a saber, la “Máquina” adecuada, con una presión de 9 bares, la “Molienda” fina del café, la “Mezcla” de los diferentes tipos u orígenes de granos y, finalmente, la “Mano” del barista, encargado de compactar de manera justa el café, texturar correctamente la leche para el capuchino y, en general, controlar con meticulosidad y arte todos los pasos de este proceso.

100 años de tecnología al servicio de la técnica

A lo largo de todo el siglo XX, las destrezas del barista se desarrollaron en la medida en que los diseños de las cafeteras de espresso perfeccionaban el control de las variables presentes en el proceso de extracción. Un barista de los años veinte, por ejemplo, al mando de una Vittoria Arduino, empleaba métodos totalmente distintos para la extracción de la bebida que los de un barista de los años 50. ¿Por qué? Es necesario caer en la cuenta de que el espresso es, sobre todo, un producto de la tecnología y el desarrollo industrial de la Europa del siglo XX. Hasta 1948, cuando Acchille Gaggia introdujo la cafetera con sistema de presión de agua inducida por pistón, las cafeteras de espresso empleaban únicamente la presión del vapor atrapado en la caldera (aprox. 1.5 bares, la misma que la generada por las cafeteras “express” domésticas), lo cual producía una subextracción (es decir, la presión no era suficiente para generar la emulsión de los componentes liposolubles que transportan la mayoría de los aromas presentes en el café), sin contar con que, al no haber ningún control de temperatura, la bebida salía usualmente quemada, con un sabor amargo y astringente.

Con la nueva tecnología del pistón operado con resorte (que rápidamente fue mejorada por cámaras hidráulicas, hasta llegar a las máquinas operadas con bombas eléctricas de la actualidad), nació una nueva generación de baristi. Estos se preocuparon, cada vez más, por la calidad de la “mezcla” cuyas cualidades organolépticas eran finalmente perceptibles y, sobre todo, disfrutables. Es posible afirmar, en ese sentido, que mientras la “vieja escuela” de baristas ponía mayor énfasis en el control de la macchina (la cual no estaba exenta de provocar accidentes), la “nueva escuela” se concentraría cada vez más en la “mezcla” y, desde luego, en la “mano”.

Las nuevas generaciones

A mediados de los años sesenta, en la Italia del neorrealismo y las revueltas estudiantiles, un barista era ya no solo un empleado de bar, sino toda una investidura en la profesión de servir la bebida insignia de ese país. Así, la Asociación Nacional del Espresso Italiano nació para certificar no solo los locales donde se servía esta bebida, sino también las máquinas autorizadas para hacerlo y, desde luego, a sus baristi calificados. Esta es una certificación que existe hoy en día y que, hace muy poco, ha presentado ante el Parlamento europeo la solicitud de considerar al “Espresso italiano” como una denominación de origen.

Sin embargo, el espresso no solo se serviría en Italia, sino que pronto cruzaría fronteras, e incluso el océano, y se instalaría en casi la mitad de países del globo. En este periplo, cada país lo va a rebautizar (express en Francia, tinto en Colombia, meia en Brasil, etc.) y replantear también sus estándares de calidad. Ya a mediados de los setenta, diferentes cadenas de cafeterías norteamericanas se encargarían de difundir el oficio del “barista” como aquel empleado encargado de la preparación de las bebidas asociadas al espresso, como capuchino, macchiato, mochaccino, etc., las cuales serán presentadas en envases de cartón de tamaños tan variados como absurdos.

No obstante todas sus versiones o subversiones, la vieja y nueva escuela de baristas se encuentra hoy en día amalgamada en manos de catadores profesionales y baristas apasionados. Es más, quizá en la actualidad, el primer requisito para ser calificado como un aprendiz de barista sea, precisamente, la pasión por esa diminuta e insondable bebida que es, a la vez, su mayor fuente de placer sensorial. Una pasión que reúne cada vez más a un mayor grupo de seguidores y fanáticos, como lo reflejan los innumerables torneos, certámenes y campeonatos de baristas a lo largo y ancho del globo. Para todos ellos la búsqueda es y será siempre la misma y, como tal, poco menos que una quimera: el espresso perfecto.

miércoles, 1 de abril de 2009

The Little Castle


A friend of mine recently alerted me to the presence of a small little cafe in Miraflores that has great coffee and carrot cake. Being an inherent fan of carrot cake I had to go check it out. The Cafe is called Arabica, and it's located on Calle Recavarren 269, Miraflores (follow Berlin away from Pizza Street and take a left).

As you can see from the above photo, the cafe is a tiny little castle squeezed in between more conventional buildings. Arabica is a true cafe with atmosphere. You get the sense that it's the pet project of a young couple who want nothing more than to serve coffee and live their lives. As a result the coffee is actually good, the service is better (because it's by the owners and not some corporately-trained apathetic 17 year olds like you get at Starbucks), and there aren't a whole heard of pseudo-intellectuals sitting around with dark glasses pretending to write a novel on four thousand dollar laptops and inherently annoyed that you aren't casually walking up and asking them about what they're working on (which gives them the chance to ignore you with an air of superiority).

There are about 3 distinct areas all with furniture that is kind of thrown together haphazardly (the way a true coffee shop should be and the way that garbage Starbucks only aims for [and misses]).

We sat at knee high table that was surrounded by cushions next to a bookshelf filled with parlor games from 1962. It was nice! Then came the coffee. Frankly, I don't know much about coffee, but I know what I like and this was good. The sandwhich was a ham and cheese croissant (anything served on a croissant is good). As far as food goes, there wasn't much on the menu, this is a coffee and small sandwhiches shop and what they do, they do well. Ahhh, the carrot cake with the little frosting image of a carrot on the top. Excellent.

My girlfriend had never tried carrot cake, so I gave her a forkfull of mine to which she responded: "It doesn't taste like carrots!" I hadn't really thought of it before but I suppose her assumption of the flavor caused a moment of explosive confusion in her mind when she got a taste of what she was actually eating (like, for example, if you're expecting to have a drink of orange juice only to take a long draw of what is actually chicken noodle soup). But carrot cake is the best postre to order when in the presence of little kids because they always assume it's going to taste like carrots so they don't ask for any, haha! You've got to be quick with little kids. They're all cute and all, but be careful with your sweet things around them or they'll gobble them all up! Don't let their small size fool you, those little suckers can EAT! Remember that if you're some kind of fascist communist who thinks that all coffee shops should be the same then enjoy your marxist blend at Starbucks around the corner.

But if you believe in a free market and capitalism and individual ownership, remember it's your duty to seek out small, off-the-beaten-path fare like Arabica.

martes, 20 de enero de 2009

El negocio de servir café no tiene nada de amargo



David Torres y Hannah Scranton crearon el Arábica Espresso Bar hace 8 meses y su café ya es reconocido como el mejor de Lima.

Antes de irse a visitar a su novia Hannah Scranton a Nueva York en 2007, David Torres solo podía permitirse tomar café en un restaurante de Lima.

Aficionado a la bebida desde que estaba en primaria, vivió su infancia rodeado de su olor pues su familia se dedicaba a seleccionar los mejores granos verdes, tostarlos y molerlos para su venta.

Ahora, David hace lo mismo y, tal vez, con más meticulosidad, detrás de la barra del Arábica Espresso Bar que, pese a tener solo ocho meses funcionando, ya ha sido catalogado por diversas publicaciones como el mejor de la ciudad.

¿El secreto? Controlar casi compulsivamente cada fase del proceso, desde la selección de los granos uno por uno, su tostado, hasta la presentación de los latte a la moda de los baristas estadounidenses, con formas dibujadas por el contraste entre la oscura espuma del espresso y la blancura de la de la leche.

COMIENZOS. “Me fui a Nueva York y trabajé como barista en un café gourmet para aprender a prepararlo, a administrar el local y cómo dar un buen servicio”, cuenta David.

Con esa experiencia, decidió que no iba a depender de los cafés que venden los tostadores locales, así que compró una tostadora y se fue con Hannah al norte a conversar directamente con los agricultores.

Consiguieron que cooperativas de Piura, Jaén y Tingo María separaran para ellos una pequeña parte del grano verde que le venden a las transnacionales – que lo tuestan y lo venden a un precio exponencialmente mayor – y se los vendieran con certificación de comercio justo.

En la práctica, esto significa que David y Hannah pagan US$20 más por cada quintal de US$140 para asegurarse de que los agricultores se beneficien. También desembolsan US$20 más porque es orgánico. Y lo mejor es que el precio de las bebidas en Arábica oscila entre S/.3 y S/.8.

Pronto, comprará una tostadora más grande y empezarán a vender el café tostado a precios justos. “Un kilo de excelente café no debería costar más de S/.11”, comenta.

FALTA CONSUMO. El problema es que, pese a que somos el séptimo productor de café en el mundo, no hay una verdadera cultura de consumo en Perú.

Para solucionar esto, Promperú ha formado el Comité Especial del Producto Bandera Café (Ceproba Café), que está planeando cómo promover que los peruanos empiecen a disfrutar el excelente café peruano y que no solo sea privilegio de los alemanes, suecos, holandeses, ingleses y franceses – que compran el 60% de la producción peruana – .


Por Alejandra Costa La Cruz
Diario Peru 21